Octubre 11, 2024

Login to your account

Username *
Password *
Remember Me

Create an account

Fields marked with an asterisk (*) are required.
Name *
Username *
Password *
Verify password *
Email *
Verify email *
Captcha *
Reload Captcha

La soledad, según Hermann Hesse

Marzo 06, 2019 3069

Me preguntáis, muchachos, por la escuela del sufrimiento y por la forja del destino. ¿Es que no las conocéis? No, vosotros los que continuamente habláis del pueblo y estáis relacionados con las masas; vosotros, los que conocéis. Os hablo de la soledad.

La soledad es el camino por el que el destino quiere conducir hacia sí mismo al hombre. La soledad es el camino que más teme el hombre. Porque allí se esconden todos los horrores, todas las serpientes y todos los sapos. Allí es donde acecha lo espantoso. ¿No corre la leyenda de que todos los solitarios, todos los exploradores del desierto de la soledad, son personas desencaminadas, malas o enfermas? ¿No se narran todas las grandes heroicidades como si hubieran sido realizadas por delincuentes, porque es conveniente guardarse a sí mismo del camino de semejantes acciones?

¿No se cuenta también que Zaratustra (Zoroastro) que murió loco y que, en el fondo, todo cuanto hacía y decía era ya producto de su locura? ¿Y no sentisteis vosotros, al oír semejantes afirmaciones, algo así como un sonrojo? ¿Como si hubiera sido más noble y digno de vosotros figurar entre esos locos y os avergonzaseis de no tener el valor necesario para ello?

Quisiera entonaros cantos sobre la soledad, amigos míos. Sin soledad no hay sufrimiento; sin soledad no hay heroísmo. No me refiero, sin embargo, a la romántica soledad de los poetas y de los teatros, donde el manantial murmura cristalino junto a la cueva del ermitaño.

Del niño al hombre hay un solo paso, un solo corte. Aislarse, encontrar el “yo”, desprenderse de madre y padre, ése es el paso del niño al hombre, y nadie lo da del todo. Cada hombre, hasta el más santo ermitaño y huraño penitente de las más desnudas montañas, lleva consigo un hilo, arrastra ese hilo que le mantiene atada a padre y madre y a toda su querida familia y a todo lo que fue suyo. Cuando vosotros, amigos, habláis con tanto ardor del pueblo y de la patria veo colgar ese hilo y no puedo dejar de sonreír. Cuando vuestros grandes hombres hablan de sus “tareas” y de su responsabilidad, el hilo le cuelga un buen trozo de la boca. Nunca hablan vuestros grandes hombres, vuestros caudillos y oradores, de obligaciones consigo mismos, nunca hablan de responsabilidad que tienen frete a un propio destino. Todos penden del hilo que les une a la madre y a todo lo calentito y agradable que les recuerdan los poetas, cuando llenos de sentimiento cantan la niñez y sus limpias alegrías. Nadie rompe del todo ese hilo, como no sea con la muerte, si es que consigue morir su propia muerte.

La mayoría de las personas, todas las del rebaño, no han saboreado nunca la soledad. Se separaron un día del padre y de la madre, pero sólo para acercarse a una mujer y sumergirse en seguida en un nuevo nido de calor y familiaridad. Nunca están solas, nunca hablan consigo mismas. Y al solitario que se cruza en su camino le temen y odian como a la peste, le arrojan piedras y no se tranquilizan hasta que se ven lejos de él porque al solitario le envuelve un aire que huele a estrellas y al frío de espacios sidéreos, y le falta todo ese aroma encantador y cálido a hogar y nido.

Zaratustra tiene en sí algo a ese olor a estrellas y de ese desagradable frío. Zaratustra siguió un buen trecho del camino de la soledad. Asistió a la escuela del sufrimiento. Conoció la escuela del destino y que fue forjado en ella.

No sé, amigos, si debo hablaros más de la soledad. Me gustaría conquistaros para seguir aquel camino y quisiera cantaros una canción de las delicias del gélido espacio. Pero sé que pocos siguen ese camino sin sufrir daño. Se vive mal sin madre, queridos; se vive mal sin hogar y sin patria, sin pueblo, sin gloria y sin todas las dulzuras de la comunidad. Se vive mal en el frío, la mayoría de los que iniciaron el camino sucumbieron. Hay que ser indiferente al hundimiento si uno desea saborear la soledad y enfrentarse con su propio destino. Más fácil y grato es caminar con su pueblo y con muchos, aunque se tenga que pasar por la pobreza. Más fácil es, y más consolador, dedicarse a los “deberes” que imponen el día y el pueblo. ¡Mirad, si no, qué contento se mueven los hombres en sus calles repletas! Se dispara, y la vida está en juego, pero todos prefieren estar con la masa y sucumbir con ella, si es necesario, que andar solos por la oscura noche y el frío.

Más…, ¡cómo iba a seduciros, muchachos! La soledad no se elige, del mismo modo que tampoco se elige el destino. La soledad nos sobreviene si en nuestro interior se halla la piedra mágica que atrae al destino. Muchos, demasiados, se encaminaron al desierto, y allí, junto al precioso manantial y en la atrayente ermita, llevaron la vida de hombres gregarios. Otros en cambio, están en medio de las aglomeraciones, y alrededor de sus frentes sopla el aire de las estrellas.

Pero ¡feliz de aquel que haya encontrado su soledad; no una soledad pintada ni imaginada, sino la suya, la única, la destinada a él! ¡Feliz del que sabe padecer! ¡Feliz del que lleva la piedra mágica en el corazón! A él acude el destino, de él surge acción.

Hermann Hesse
(Escritos Políticos 1914/1932)